Tipos de hepatitis que pueden padecer los niños
junio 17, 2012
La hepatitis es provocada por una inflamación en el hígado cuyas causas son muy variadas. Se considera como hepatitis aguda aquella que tiene una duración inferior a 6 meses; si persiste más de 6 meses, estamos frente a una hepatitis crónica y si pone en riesgo la vida del niño, se denomina hepatitis fulminante.
Entre los tipos de hepatitis víricas, encontramos con mayor frecuencia las siguientes:
Hepatitis A: generalmente es producida por una higiene incorrecta, por agua o alimentos contaminados. En la mayoría de los casos no presenta otras dificultades y es benigna. Suelen aparecer brotes en guarderías y colegios, pudiendo sus síntomas pasar por desapercibidos, inclusive por los mismos pequeños contaminados.
Hepatitis B: es transmitida por la sangre, posiblemente por transfusiones o intercambio de jeringas contaminadas, relaciones sexuales sin protección, y también durante el embarazo (de madre a hijo). Suele ser más peligrosa que la A porque puede tornarse crónica. Aquellas personas que realizan diálisis renal tienen mayor riesgo de contraerla.
Hepatitis C: representa el 80% de las hepatitis que son contagiadas por transfusiones o jeringas contaminadas. Este virus puede generar una hepatitis crónica y en casos aislados, otras enfermedades como la cirrosis o el cáncer hepático.
En un primer momento, los síntomas se pueden confundir con un cuadro gripal. El niño puede mostrarse decaído, con un malestar general e inapetente. Es normal que suba la fiebre y aparezca dolor abdominal acompañado de vómitos. Después de unos días, el color de la orina se vuelve oscuro y el color de la piel, en especial alrededor de los ojos, se torna amarillento (ictericia).
Es importante consultar de inmediato con el pediatra cuando surjan estos síntomas, quien podrá detectar mediante una palpación, un posible aumento (inflamación) del tamaño del hígado, y después a través de un análisis de sangre confirmaría la presencia del virus.
La hepatitis, en la mayoría de los casos, no requiere de un tratamiento y el niño logra reponerse en uno o dos meses. Tampoco será necesario que realice reposo o restrinja su alimentación. De todas maneras, será el pediatra quien indique los pasos a seguir en cada caso particular.